Vísperas



“Suba mi oración, Señor, como incienso en tu presencia. El alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.” (Salmo 140, 2)

Se celebran las Vísperas por la tarde, cuando atardece y el día va de caída, “en acción de gracias por cuanto se nos ha otorgado en la jornada y por cuanto hemos logrado realizar con acierto.” (San Cipriano; De oratione dominica). (Princ. LH, 39).

El comienzo y el término del día reflejan una especial relevancia que no sólo se expresa en la creación misma vistiéndose de mil colores distintos y aves que vuelan en busca de los primeros o últimos rayos de luz, sino que el hombre encuentra estos momentos de la jornada especiales para el encuentro consigo mismo y con Dios. Esta relevancia es expresada por la liturgia en sus dos Horas Mayores de Laudes y Vísperas.

De acuerdo al Pueblo de Israel, el comienzo del nuevo día se da al atardecer: “atardeció y amaneció, fue el día primero…” narra el libro del Génesis. El atardecer marca una jornada de vida que ha pasado y el gozo de la nueva jornada que comienza. He aquí una de las vertientes de las que bebe el Oficio Divino cada vez que se celebran las Primeras Vísperas de los Domingos (los sábados al atardecer) y de las grandes solemnidades del año litúrgico.

La oración de las Vísperas es entrega honda al corazón del Dios de la Vida; entrega del trabajo realizado, de los cansancios cargados, de las esperanzas fraguadas, de los pecados cometidos. Rezar Vísperas es cantar a Dios por el milagro de la vida pero también es encontrarse con el pecho del Señor que invita a apoyar, al igual que Juan, la cabeza en su costado. En entrega del gozo y del llanto, es alabanza y vaciamiento para llenarse del que es Luz indeficiente.

“Señor, la luz del día ya se apaga, la noche va extendiendo sus tinieblas…” reza un himno de Vísperas de Cuaresma; es este también ese espíritu de las Vísperas en tanto transcurren conforme la noche avanza y se esconde la luz. Allí es cuando la Iglesia se orienta a Dios con la esperanza hacia la luz que no conoce el ocaso. Allí es cuando “oramos y suplicamos para que la luz retorne siempre a nosotros, pedimos que venga Cristo a otorgarnos el don de la luz eterna.” (San Cipriano).

Precisamente en esta Hora concuerdan nuestras voces con las de las iglesias orientales, al invocar la luz gozosa de la santa gloria del eterno Padre, Jesucristo bendito; llegados a la puesta del sol, viendo la luz encendida en la tarde, cantamos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo…” (Cf. Princ. LH, 39).

Siguiendo las palabras de Casiano, la oración de Vísperas “puede aplicarse también con mayor sentido sagrado a aquella verdadera ofrenda de la tarde que el divino Redentor instituyó precisamente en la tarde en que cenaba con los apóstoles, inaugurando así los sacrosantos misterios de la Iglesia, y que ofreció al Padre en la tarde del día siguiente, que representa la cumbre de los siglos, alzando sus manos por la salvación del mundo.” (Casiano; De institutione coenobiorum, III, 3).

Finalmente, la oración de las Vísperas es el reiterar de las palabras de los discípulos de Emaús: “Mane nobiscum, Dómine, quoniam advesperascit et inclinata est jam dies (Quédate con nosotros, Señor, porque cae la tarde y se termina el día) (Lucas 24, 29); y es, a su vez unir la alabanza al Magníficat de la Madre de Dios que canta las proezas que el Señor ha hecho por nosotros acordándose de su misericordia (Cf. Lucas 1, 46-55).

De esta manera, la Hora de Vísperas es hora del retorno a Casa, hora del sentarnos a la Mesa y dejar que el Señor, fuente de Luz y Vida, fortalezca nuestros pasos.




En el video: el Magníficat (Lucas 1, 46-55), cántico de la Santísima Virgen, rezado durante las Vísperas.




Himnos de Vísperas.

Algunos himnos propios del Oficio de Vísperas.

HIMNO: DIOS DE LA LUZ, PRESENCIA ARDIENTE
Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicio de tinieblas;
para tu pueblo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla:
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

HIMNO: PORQUE ES TARDE, DIOS MÍO
Porque es tarde, Dios mío,
porque anochece ya
y se nubla el camino,

porque temo perder
las huellas que he seguido,
no me dejes tan solo
y quédate conmigo.

Porque he sido rebelde
y he buscado el peligro,
y escudriñé curioso
las cumbres y el abismo,
perdóname, Señor,
y quédate conmigo.

Porque ardo en sed de ti
y en hambre de tu trigo,
ven, siéntate a mi mesa,
dígnate ser mi amigo.
¡Qué aprisa cae la tarde...!
¡quédate conmigo! Amén.

HIMNO: LUZ MENSAJERA DE GOZO
Luz mensajera de gozo,
hermosura de la tarde,
llama de la santa gloria,
Jesús, luz de los mortales.

Te saludamos, Señor,
oh luz del mundo que traes
en tu rostro sin pecado
pura la divina imagen.

Cuando el día se oscurece,
buscando la luz amable
nuestras miradas te siguen
a ti, lumbre inapagable.

Salve, Cristo venturoso,
Hijo y Verbo en nuestra carne,
brilla en tu frente el Espíritu,
das el corazón del Padre.

Es justo juntar las voces
en el descanso del viaje,
y el himno del universo
a ti, Dios nuestro, cantarte.

Oh Cristo que glorificas
con tu vida nuestra sangre,
acepta la sinfonía
de nuestras voces filiales. Amén.

HIMNO: SEÑOR, TÚ ERES SANTO
Señor, tú eres santo: yo adoro, yo creo;
tu cielo es un libro de páginas bellas,
do en noches tranquilas mi símbolo leo,
que escribe tu mano con signos de estrellas.

En vano con sombras el caos se cierra:
tú miras al caos, la luz nace entonces;
tú mides las aguas que ciñen la tierra,
tú mides los siglos que muerden los bronces.

El mar a la tierra pregunta tu nombre,
la tierra a las aves que tienden su vuelo;
las aves lo ignoran; preguntan al hombre,
y el hombre lo ignora; pregúntanlo al cielo.

EI mar con sus ecos ha siglos que ensaya
formar ese nombre, y el mar no penetra
misterios tan hondos, muriendo en la playa,
sin que oigan los siglos o sílaba o letra.

Señor, tú eres santo: yo te amo, yo espero;
tus dulces bondades cautivan el alma;
mi pecho gastaron con diente de acero
los gustos del mundo, vacíos de calma.

Concede a mis penas la luz de bonanza,
la paz a mis noches, la paz a mis días;
tu amor a mi pecho, tu fe y tu esperanza,
que es bálsamo puro que al ánima envías. Amén.


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