lunes, 31 de diciembre de 2012

Catecismo y Liturgia de las Horas.



Aquí, los párrafos del actual Catecismo de la Iglesia Católica (aprobado por  el Papa Juan Pablo II) referidos a la Liturgia de las Horas.

1174 El Misterio de Cristo, su Encarnación y su Pascua, que celebramos en la Eucaristía, especialmente en la asamblea dominical, penetra y transfigura el tiempo de cada día mediante la celebración de la Liturgia de las Horas, "el Oficio divino" (cf Sacrosantum Concilium IV). Esta celebración, en fidelidad a las recomendaciones apostólicas de "orar sin cesar" (1 Ts 5,17; Ef 6,18), "está estructurada de tal manera que la alabanza de Dios consagra el curso entero del día y de la noche" (SC 84). Es "la oración pública de la Iglesia" (SC 98) en la cual los fieles (clérigos, religiosos y laicos) ejercen el sacerdocio real de los bautizados. Celebrada "según la forma aprobada" por la Iglesia, la Liturgia de las Horas "realmente es la voz de la misma Esposa la que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su mismo Cuerpo, al Padre" (SC 84).

1175 La Liturgia de las Horas está llamada a ser la oración de todo el Pueblo de Dios. En ella, Cristo mismo "sigue ejerciendo su función sacerdotal a través de su Iglesia" (SC 83); cada uno participa en ella según su lugar propio en la Iglesia y las circunstancias de su vida: los sacerdotes en cuanto entregados al ministerio pastoral, porque son llamados a permanecer asiduos en la oración y el servicio de la Palabra (cf. SC 86 y 96; PO 5); los religiosos y religiosas por el carisma de su vida consagrada (cf SC 98); todos los fieles según sus posibilidades: "Los pastores de almas debe procurar que las Horas principales, sobre todo las Vísperas, los domingos y fiestas solemnes, se celebren en la iglesia comunitariamente. Se recomienda que también los laicos recen el Oficio divino, bien con los sacerdotes o reunidos entre sí, e incluso solos" (SC 100).

1176 Celebrar la Liturgia de las Horas exige no solamente armonizar la voz con el corazón que ora, sino también "adquirir una instrucción litúrgica y bíblica más rica especialmente sobre los salmos" (SC 90).

1177 Los himnos y las letanías de la Oración de las Horas insertan la oración de los salmos en el tiempo de la Iglesia, expresando el simbolismo del momento del día, del tiempo litúrgico o de la fiesta celebrada. Además, la lectura de la Palabra de Dios en cada hora (con los responsorios y los troparios que le siguen), y, a ciertas horas, las lecturas de los Padres y maestros espirituales, revelan más profundamente el sentido del Misterio celebrado, ayudan a la inteligencia de los salmos y preparan para la oración silenciosa. La lectio divina, en la que la Palabra de Dios es leída y meditada para convertirse en oración, se enraíza así en la celebración litúrgica.

1178 La Liturgia de las Horas, que es como una prolongación de la celebración eucarística, no excluye sino acoge de manera complementaria las diversas devociones del Pueblo de Dios, particularmente la adoración y el culto del Santísimo Sacramento.

Eucaristía y Liturgia de las Horas.



¡Qué acertados los versos, ya citados anteriormente, de uno de los himnos de Tercia para el tiempo de Cuaresma!: "Renueva, Señor, el alma de este pueblo tuyo, que por mis labios canta tu alabanza". Eucaristía y Liturgia de las Horas giran en un sentido y dirección conjuntas. No sólo porque recorren el ciclo del tiempo litúrgico en torno a los Misterios de la Encarnación y la Redención, sino también porque ambas celebraciones son un celebrar en nombre de muchos.

Al ir adentrándose en la experiencia de orar con la Liturgia de las Horas, en cuanto oración en nombre de otros, y en cuanto salirse de sí mismo en la alabanza y escucha al Padre, se va modelando el corazón orante para celebrar en igual sintonía la Eucaristía. El tiempo va fraguando esta experiencia que nos ayuda a vivir realmente la Misa como oración total que es. La Liturgia de las Horas va dejándonos más sensibles a ese sentido de la oración en nombre de otros.

Siguiendo al Catecismo de la Iglesia Católica, nro. 1178, "la Liturgia de las Horas (...) es como una prolongación de la celebración eucarística [y] acoge de manera complementaria, las diversas devociones del Pueblo de Dios (...)."

De esta forma, la celebración Eucarística y la Liturgia de las Horas se van tornando para el cristiano en íntimos alimentos. En la Eucaristía, en Laudes y en Vísperas el hijo de Dios se dirige a su Padre y, tres veces en el día, le llama "Padre nuestro". Sí; "nuestro". Tenemos que prestar atención a esto porque la Liturgia de las Horas y la Santa Misa es oración de la Comunidad de los hijos de Dios y de esta Comunidad por muchos otros. 

Por el sentido de la Liturgia de las Horas, Cristo va sembrando un corazón Eucarístico. El corazón del Cristo que entrega todo de sí anonadándose a sí mismo, en alabanza y obediencia al Padre, lleno del Espíritu.

Que cada himno y cada salmo, cada lectura y cada cántico, Padre, sea para ti alabanza y gloria y para nuestro espíritu ejercicio saludable que siembre en tu pueblo ese corazón eucarístico de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro. Amén.

domingo, 16 de diciembre de 2012

El silencio en la Liturgia de las Horas.


Cuando la voz deja su canto, y el silencio sobreviene, nos invade el que posibilita un sentido nuevo a la oración. El silencio en la oración de la Liturgia de las Horas es ese elemento sutil que matiza y pinta entre antífonas y estrofas de cánticos y salmos, todo el conjunto de la oración. Pero vivimos en la liturgia de las Horas, un silencio por demás particular y que pasamos por alto más de una vez: el silencio que media la salmodia con la lectura breve. Ese simple instante del que podemos hacer un momento de radical valencia en la oración.

El hecho de que las lecturas breves no se anuncian (como sí lo hacen las lecturas largas del Oficio de Lectura), sino que directamente se proclaman (pasado un momento del canto de la última antífona), le otorga verdaderamente un toque especialmente fuerte a la celebración del Oficio. La voz de la alabanza deja lugar al silencio. Es momento de la escucha, es momento de que Dios hable. Es, por tanto, momento para el silencio y la apertura. La dirección que ahora adquiere la oración es otra. Los hijos le hemos alabado a nuestro Padre; ahora nuestro Padre, con cuyas palabras hemos hecho nuestra alabanza, habla a sus hijos. 

De aquí que el silencio ante la lectura breve de la Palabra de Dios no sólo es de especial importancia luego de la proclamación de ésta, sino antes de la misma. La salmodia da paso al silencio, a la apertura para preparar el corazón, para dejarse formar por el Señor como vasijas de humilde barro. "Ahora te escuchamos, Padre..."

El silencio previo al "arribo" de la Palabra es de una importancia tal que nos permite "sentir" este arribo, nos pone en consonancia para vivenciar realmente el Oficio como diálogo con Dios. El silencio se corta. La Palabra arriba, llega, pone su morada en nosotros. Es, sencillamente, un delicado instante en un encuentro que vivifica.

El silencio posterior a la lectura de la Palabra no es igual al silencio que le ha precedido, pues ya ha sido configurado y transformado por la Palabra que ha arribado. La Palabra no vuelve al Padre sin antes haber fecundado nuestra tierra (Cf. Isaías 55, 11).

Sencillamente, aquellos son los silencios del corazón. Los silencios del corazón de Cristo orante al Padre, a quien nos unimos por su Espíritu en cada Hora. Son los silencios del corazón que ora alabando, y que se detiene para orar escuchando. Que ora meditando y que jamás se detiene, para vivir orando.